El sentido de la vida en el migrante japonés Kingo Nonaka
(Tercera y última parte)
Rodrigo Martínez Sandoval
Emigrar es una apuesta. Al margen de las causas que empujan a una persona a dejar el lugar o país que la vio nacer, siempre hay incertidumbre al andar por el camino incierto de lo desconocido. Pero cuando se tiene una actitud de trascendencia que lleva a la persona a no desistir, a resistir, a discernir sobre su capacidad para intervenir en las circunstancias que le afectan, es posible alcanzar los objetivos. Esa libertad interior y ese sentido de la vida empujan a Kingo Nonaka a transformar las condiciones dolorosas que enfrentaba, una y otra vez, como migrante en México desde principios del siglo veinte hasta la década de los setentas. Kingo sintetiza en su ser, y en su quehacer, la máxima de Viktor Frakl de que la vida tiene sentido en cualquiera de las circunstancias en que uno se encuentre.
El escritor Daniel Salinas Basave**, seguramente advirtió esa reciedumbre en el carácter firme, pero modesto; humilde, pero digno; callado, pero enhiesto y de propósitos inalterables, de este gran mexicano de origen japonés en los testimonios orales del hijo durante las diversas entrevistas que tuvo con él en 2017. Por ello decidió adentrarse en la trayectoria vivencial del personaje, desde Oaxaca hasta Tijuana.
En la entrega anterior comenté someramente el trafalgar de Kingo hasta su participación en diversas batallas en las filas villistas. Salinas Basave destaca el papel estelar que tuvo el ahora Capitán Primero de la División del Norte en el rescate del cadáver del General Rodolfo Fierro en la laguna de Casas Blancas en 1915, quien al osar temerariamente cruzar en su caballo dicha laguna, contra las advertencias de sus soldados, quedó torpemente ahogado, atorado en los estribos de su caballo en el fondo de la laguna, víctima de su notoria soberbia.
Al saber Villa que Kingo había sido buceador de perlas en su natal Japón, le encomendó sacarlo de cuerpo entero. El autor y narrador del libro, con su característico talento literario, relata graciosamente cómo ocurrió el hundimiento de Fierro y su caballo y los cuatro días que necesitó Kingo Nonaka para encontrarlo y sacarlo.
Tras firmar su baja del ejército en 1919, trabajar dos años más en el Hospital de Juárez, llegan Kingo Nonaka, su esposa y sus dos pequeñines a Tijuana en 1921. En esta pequeña población de escasos mil habitantes, el protagonista de esta pegajosa novela histórica da muestras adicionales de su incesante despliegue de su singular ingenio para adaptarse y superarse. Se desempeña como peluquero, como policía y estudia dactilografía por correspondencia en una institución de Chicago, establece un laboratorio de huellas digitales, a la vez que se esmera en la fotografía al servicio de la policía municipal, llegando a convertirse en el fotógrafo de Tijuana, fundador del primer estudio de fotografía en dicha ciudad. Salinas Basave narra con emocionado léxico que las fotografías panorámicas de Tijuana de aquellos años que se ven en hoteles y restaurantes tradicionales de la ciudad fueron tomadas por ese espíritu incansable que llegó a formar una familia y una vida estable y tranquila en Tijuana.
Pero Kingo Nonaka tuvo que sufrir el desarraigo forzado de su tierra adoptiva, después de vivir 20 años en ella como ciudadano mexicano, cuando por efecto del conflicto bélico con Japón el gobierno de Estados Unidos presionó al mexicano para expulsar a todos los mexicanos de origen japonés de Baja California. Fatídica Navidad de 1941 cuando soldados mexicanos llegan a su casa para trasladarlo al centro del país. Pero a este extraordinario ser humano nos dice el autor ¨…los años más tristes de su vida no le han robado la pasión por vivir.” Nonaka, agrega, era como una vela encendida en medio de las peores tormentas. De ésta también sale airoso y corona su vida como fundador del Instituto Nacional de Cardiología bajo la dirección del cardiólogo Ignacio Chávez.