Uno de los ejemplos de santidad que más admiro por su trabajo pastoral a favor de los más desfavorecidos es el de San Felipe Neri, fundador de la comunidad de los padres del Oratorio, dedicado al trabajo con los niños de la calle.
Tuve la dicha de conocer el trabajo de algunos padres del Oratorio en la ciudad de México, trabajo que realizaban con alegría y, en muchos casos, con resultados exiguos. Sin embargo, salvar a un adolescente y brindarle una oportunidad de desarrollo siempre será de admirarse.
Todo lo anterior lo comento en relación a la visita pastoral que realiza, del 19 al 26 de noviembre, Su Santidad Francisco I, al lejano oriente. En la homilía de la fiesta de Cristo Rey, me ha llamado poderosamente la atención, en virtud de la profundidad de su mensaje que debe encontrar eco en la indiferencia del hombre de hoy y su entorno. Indiferencia humana que se traduce en la frialdad de las relaciones humanas y el desinterés por el sufrimiento propio y ajeno, absorto el hombre ante tantos mensajes fútiles, con una acrecentada tendencia por lo superfluo, banal e incierto.
Y es está indiferencia que el papa Francisco I ha remarcado en su homilía ante los 35 mil fieles asistentes a su evento, en el estadio de béisbol en la ciudad de Nagasaki, en el imperio del Sol Naciente.
El viaje apostólico trasciende por su importancia en un país, Japón, donde la población católica apenas rebasa por unos cuantos miles, el medio millón de fieles, lo que representa menos del 0.5% de la población total, en una co-existencia con religiones milenarias como el sintoísmo y el budismo.
Y parafraseando a Tertuliano, en Japón, la sangre de los mártires no ha sido semilla de nuevos cristianos, al menos en su crecimiento. Quizá la iglesia católica en el lejano oriente necesite una revitalización plena del Espíritu Santo, –a pesar de los graves problemas que enfrenta por los casos de pederastia clerical, siendo este uno de los males endémicos que atañe al catolicismo en diversas partes del mundo–.
Japón también es tierra de mártires: uno de ellos, San Felipe de Jesús, –protomártir mexicano–, fue crucificado con otros 6 misioneros franciscanos y 3 misioneros jesuitas, y 17 laicos japoneses, un total de 26 mártires, en tierras niponas. También San Francisco Javier fue misionero en Japón. Y ahora, Su Santidad, cumple el sueño de todo novicio jesuita.
Y Francisco los recuerda con una sensación de nostalgia y admiración, en un imperio en donde la religión no es el derrotero del imaginario colectivo.
En su homilía Su Santidad nos recuerda la indiferencia y del silencio en una cultura que clama “sálvate a ti mismo”: “las burlas y gritos de sálvate a ti mismo frente al inocente sufriente no serán la última palabra; es más, despertarán la voz de aquellos que se dejen tocar el corazón y se decidan por la compasión como auténtica forma para construir la historia”.
Más aún, el papa Francisco ha sido contundente:
“En el Calvario, muchas voces callaban, tantas otras se burlaban, tan solo la del ladrón fue capaz de alzarse y defender al inocente sufriente; toda una valiente profesión de fe. Está en cada uno de nosotros la decisión de callar, burlar o profetizar”.
Referente al bombardeo con las bombas atómicas Francisco manifestó que Japón, en Hiroshima y Nagasaki, experimentó la capacidad destructora del ser humano y se manifestó al respecto con una denuncia profética: “El uso de la energía atómica con fines de guerra es inmoral, como asimismo es inmoral la posesión de las armas atómicas”.
Y recordando a los mártires durante su homilía manifestó: “el amor dado, entregado y celebrado por Cristo en la cruz, es capaz de vencer sobre todo tipo de odio, egoísmo, burla o evasión; es capaz de vencer sobre todo pesimismo inoperante o bienestar narcotizante, que termina por paralizar cualquier buena acción y elección”.
Concluyo recordando las admirables palabras, aún vigentes de San Felipe Neri, cuya obra pastoral se extiende por diferentes partes del mundo: “State buoni se potete” que traduce: “sed bueno, si podéis”.
Si el papa Francisco está en una misión apostólica en el lejano oriente, igual que San Francisco Xavier, retomo la plegaria de Felippo Neri, Pipo el bueno, quien también clamó por una re-evangelización de la Roma de su tiempo, sumida en la vanidad de vanidad. Parafraseo: detrás de las murallas aurelianas inician las tierras de misión.
Sin duda, el mensaje del fundador del Oratorio sigue vivo: “amigo ¿y cuándo vamos a empezar a volvernos mejores?”.