A mis vecinos intrépidos, no puedo emplear para ellos otro término, se les ocurrió quemar la maleza. Así, que sin desearlo ni pedirlo, llenaron los pulmones y habitaciones de humo con olor a insensatez, ignorancia y descaro. Los vientos de Santa Ana amenazaban desde la madrugada. Por la noche del jueves, el fuego iniciado –cercano a la casa– casi se extinguía.
No pude ser indiferente y esperé a que se quemara todo, completamente. Cualquier chispa avivada por el viento podría desencadenar una catástrofe y poner en riesgo la integridad, incluso la vida de quienes viven en las inmediaciones.
La intensidad de los vientos de Santa Ana azotaban los objetos que se interponían a su paso: arena, basura y maleza eran movidos y removidos.
El fuego, en los cerros, alcanzaba ya una gran intensidad y constituían una amenaza para las zonas habitacionales aledañas. Bomberos municipales, agentes forestales de la CONAFOR, elementos de la SEDENA, de la Guardia Nacional, policías municipales y afectados por la amenaza, –humo y fuego–, procuraron combatirlo. Era una misión suicida, imposible. Toda la costa, incluyendo la región interior de Baja California fue invadida por el humo y las cenizas.
No es la primera vez que se presenta un siniestro de proporciones y magnitudes enormes. Aunque habría que señalar que no hubo un papel protagónico de quien quisiera colgarse una medalla. Propios y extraños mostraban su solidaridad en las zonas siniestradas, con los vecinos afectados, y en algunos casos, con las personas que perdieron algún familiar en la conflagración.
Los llamados en las redes eran constantes: agua, suero, artículos de primera necesidad, cubrebocas y otros implementos que se necesitaban, tanto para los bomberos que, sin parar, –algunos combatieron al fuego por más de 36 horas– y sin descanso, como para las familias que lo perdieron todo.
La mayor conflagración por el siniestro se presentaba en las primeras horas del viernes. Y como siempre, por falta de tacto y sentido humano, el Sistema Educativo Estatal decidió suspender actividades académicas en todos los niveles cuando ya la situación estaba fuera de control y la Dirección Estatal de Protección Civil emitía una declaratoria de riesgo.
La decisión de suspender las clases fue emitida a las primeras luces del día viernes, alrededor de las 06:30 de la mañana cuando ya muchos padres de familia y alumnos se encontraban cercano a las instalaciones escolares en los niveles básicos –secundaria y preparatoria–. Con un “no hay clases” se podía hacer frente al nivel de contaminación y de riesgo a las vías respiratorias de miles de estudiantes.
Falta de sentido común. Tanto de padres como de autoridades estatales que, al parecer, veían muy lejano al fuego que se acercó e invadió a muchos predios que no pudieron librarse del embate de la llamas.
Pero el fuego abrasó todo a su paso. Centenares de casas fueron consumidas. Algunas de las víctimas murieron a causa de la intoxicación por el humo y otros, calcinados por las llamas. Así fue el fin de la existencia de un masculino que murió dentro del baño abrazado a su perro. Víctima del fuego y también de la falta de prevención y la ignorancia.
Durante la conflagración era imposible transitar por algunos tramos carreteros debido a la escasa visibilidad y al fuego amenazante que se acercaba desde los cerros avivado por el viento con rachas de 140 kilómetros por hora. Hectáreas de pastizales, cultivos y animales fueron consumidos por las llamas. Algunas viviendas en las colonias populares del municipio de Rosarito y Tecate fueron arrasadas con pérdida total y el perjuicio para sus moradores. Algunos evacuados aún permanecen en albergues.
Hasta el cierre de esta edición todavía se presentaban algunos incendios principalmente en lo que se refiere al Valle de Guadalupe y el municipio de Tecate. La humedad en el ambiente y algunas precipitaciones nocturnas de la noche del domingo podrían detener en su totalidad la presencia de material ígneo.
Lo más llamativo es que parece que ni en las autoridades estatales y municipales, así como en los propios ciudadanos, exista un plan de emergencia para estas situaciones que llegan a comprometer bienes y la existencia misma.
Así como la sinrazón de las autoridades universitarias de la máxima casa de estudio de Baja California, UABC, que por capricho o protagonismo o estupidez decidieron no suspender las clases a pesar del ordenamiento de la autoridad competente para hacerlo, en este caso, la Dirección Estatal de Protección Civil.
Fue necesaria la evacuación de cientos de universitarios del campus de Valle de las Palmas ante la eminente conflagración ígnea que bajaba del cerro aledaño y la amenaza del humo tóxico que se acercaba al campus y comprometía la integridad de los cimarrones.
Hasta profesores, de esos que mandan en el aula, obligaron a sus alumnos a quedarse a escuchar su consagrada cátedra so pena de perder puntos, incluso hasta imponer un castigo como el reprobar la sagrada asignatura.
Espero que haya, al menos, un jalón de orejas para quien haya dispuesto la no suspensión de clases en la UABC y comprometió con su estulticia la integridad física y la salud de los universitarios. No se puede jugar con fuego.
Desde estas líneas quiero externar mi agradecimiento personal y reconocimiento a quienes, a pesar del cansancio, de las horas de trabajo, del humo y la intensidad del fuego, se apearon a combatir de manera frontal y sin tregua a la extinción del fuego que amenazaba, ya con abrasar, ya con el humo, a la población afectada.
Espero que el fuego nos brinde una lección de prevención.
Así como existió la participación solidaria de las personas de forma desinteresada, así también se presentaron acciones mezquinas de oportunistas, parásitos sociales, –aves de rapiña– que vieron en la desgracia y el dolor ajeno, las circunstancias propicias para sacar tajada de los más infortunados.
Ahora falta la reconstrucción. Espero que no falte la mano que se alza solidaria, con clavos y martillos, con víveres, con lo poco que podamos acercar, desde nuestra pobreza, a los centros de acopio. Porque Baja California, brazo poderoso, es más que el fuego que lo consume o el humo que lo invade: solidaria, ante la desgracia.
Denigrante: la holganza del gobernador que se va. Lo bueno es que ya se va. Y con él, 30 años de hegemonía azul.
Malas enseñanzas: los golpes, disparos y descalabros en las diversas asambleas de MORENA.