LA TORMENTA DE LA INDIFERENCIA
LA NOCHE DE LOS NAHUALES
Benjamín M. Ramírez
El presagio lo encontré en un asilo.
Ahí estaba él, con la mirada perdida. En un monólogo interminable repetía una y otra vez lo mismo: “El sol, la luna […]”, mientras aferraba con fuerza en sus manos sendos crucifijos en un intento pueril por detener la tormenta que se desplegaba en su cabeza o en un lugar de quién sabe dónde. “Yo veo […]”.
Ni siquiera supe su nombre. Pero él aprisionaba en cada segundo sus dos valiosos tesoros, los objetos religiosos, sin valor metálico, constituían su singular posesión y quizá su única tabla de salvación en un océano de recuerdos vanos que se agolpaban en su memoria.
Y así, transcurrieron los minutos ante una lluvia inminente que ya se antojaba a tormenta inaplazable. Llegué a mi centro de trabajo y la llovizna pertinaz apenas daba tregua para buscar un lugar donde guarecerse, en el que resguardarse.
Las palabras del hombre del asilo retumbaban como un eco en mi cabeza. Quizá la locura también me había alcanzado: “El sol, la luna […]”. “Yo veo […]”. Mientras, escudriño en el horizonte a un sol eclipsado por negros nubarrones que auguraban las primeras remesas de una lluvia contenida que se prolongaría durante toda la noche del sábado, persistiría todo el domingo y estallaría con mayor fragor la mañana del lunes. Una tormenta que a nadie le importaba.
La naturaleza nos advierte en cada momento. Autoridades civiles y ciudadanos hacen caso omiso de los pronósticos. Un tímido comunicado se da a conocer la víspera: “Le informamos que mañana 22 de enero Sí habrá clases en todos los municipios (sic). Si los padres de familia deciden no enviar a sus hijos a clases por la lluvia y las bajas temperaturas, se les justificará la falta” (sic). Para la media mañana del lunes las clases del turno vespertino ya estaban suspendidas.
Considero que es mejor que no suceda y equivocarse a que ocurra y no haber tomado las prevenciones respectivas. El punto es que acontece así, siempre. La Secretaría de Educación en Baja California no cancela clases cuando tiene que interrumpir y suspende después de la tormenta, tal es el caso de este martes 23 del mes en curso.
La situación que se presenta con cada precipitación pluvial es siempre la misma: arterias viales anegadas, avenidas colapsadas, socavones, congestión vehicular en cualquier punto de la ciudad, tránsito urbano lento, vehículos arrastrados por las corrientes; algunos más, varados; bardas perimetrales caídas, cortes en el suministro de energía eléctrica, sistema de drenaje obstruidos, alcantarillas rebosantes con desechos de diferentes tipos y tamaños; constantemente es lo mismo.
La responsabilidad es compartida: ciudadanos y autoridades civiles. Tenemos la ciudad que nos merecemos. Pero Tijuana no lo merece. Cada quien aporta la porción que le corresponde. Sin exigencias para ninguna de las partes involucradas.
Las aguas de lluvia llegan a contaminar al agua potable con los desechos vertidos a cielo abierto: metales pesados, principalmente plomo, en su mayoría remanentes industriales. La ciudad prolija demanda mayor cantidad en volúmenes de agua, invaluable líquido cada vez más escasa en este rincón del mundo.
Por lo anteriormente expuesto, será necesario involucrarse en cada acción que pueda prevenir las imágenes dantescas que se desarrollaron en el transcurso de este lunes.
«1.- Una campaña de prevención y concientización: iniciar campañas educativas sobre la importancia de mantener las calles limpias y el correcto manejo de residuos. Esto podría generar una conciencia colectiva y fomentar el civismo entre los habitantes.
«2.- Participación Ciudadana en la Planificación: establecer plataformas que permitan la participación activa de los ciudadanos en la planificación urbana. Al involucrar a la comunidad en la toma de decisiones, se podría asegurar una gestión más efectiva y responsable.
«3.- Infraestructura de Drenaje Mejorada: invertir en sistemas de drenaje más eficientes y modernos que puedan manejar grandes volúmenes de agua. Esto reduciría el riesgo de inundaciones y minimizaría los daños causados por las lluvias intensas.
NARRATIVA DE LA INDIFERENCIA
En el corazón de la ciudad de la Ignorancia, la vida transcurría como siempre, ajena a las señales ominosas que se avecinaban en el horizonte. La negligencia y la complacencia se habían instalado en la comunidad, y las advertencias meteorológicas pasaban desapercibidas entre los ciudadanos que no querían perturbar la monotonía de sus días.
El cielo oscuro anunciaba la llegada de la tormenta, pero en Ignorancia, las calles bulliciosas estaban inmersas en su rutina apacible. El alcalde, más interesado en las próximas elecciones que en la seguridad de sus conciudadanos, optó por ignorar los informes meteorológicos. Las autoridades locales no tomaron medidas preventivas y, en su lugar, instaron a la población a seguir con sus actividades diarias, asegurando que no había nada de qué preocuparse.
Mientras tanto, en el hogar de los Sánchez, una familia trabajadora, las advertencias se disolvían en la cotidianidad. La señora Sánchez, al escuchar el pronóstico, comentó con desdén: “Siempre nos avisan de tormentas que nunca llegan”. Sin embargo, esa noche, la tormenta que se avecinaba no sería una simple lluvia pasajera.
La lluvia comenzó de manera sutil, pero rápidamente se intensificó en una furia desenfrenada. Los vientos aullaban como un lamento desesperado, y las calles se convirtieron en ríos turbulentos que devoraban todo a su paso. En el centro de Ignorancia, los edificios comenzaron a crujir ante la embestida de la naturaleza.
En ese momento, la realidad golpeó con una fuerza abrumadora. Las autoridades, incapaces de reaccionar ante el repentino caos, se vieron desbordadas por la magnitud de la tormenta. Los ciudadanos, atrapados en sus hogares ahora inundados, lamentaron no haber tomado las precauciones necesarias. La falta de previsión exacerbó la tragedia, y la ciudad se hundió en la anarquía.
La ley del más fuerte emergió como el único código que valía en Ignorancia. Vecinos que antes compartían saludos cordiales se enfrentaban ahora por un trozo de tierra seca. Los saqueadores caminaban libremente, aprovechándose de la desesperación de los desposeídos.
Ignorancia, en un giro irónico de destino, se convirtió en el epicentro de la destrucción que su indiferencia había provocado. Calles enteras se desmoronaron, y el estruendo de los edificios colapsando se mezclaba con los lamentos de aquellos que perdieron todo. La tormenta, implacable, dejó como testamento un paisaje desolador, un recordatorio sombrío de las consecuencias de no tomar en serio las señales de la naturaleza.