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La noche de los nahuales || Benjamín M. Ramírez

by Alberto Gómez C.
¡HE RENUNCIADO AL PRI! O HACIA UNA CULTURA DE LA PAZ.

Durante mi infancia, —cursaba el tercer año de primaria—, uno de mis compañeros de clases me preguntó a qué partido pertenecería cuando fuera mayor. Ignoro las palabras exactas pero le dije que nunca pertenecería al PRI.

Enfurecido, a sus escasos 9 años, Félix, —mi amigo de la infancia—, me reprochó la respuesta que, seguro de mí mismo, le daba.

«— Somos pobres, —dijo. —Tenemos que votar por el PRI. Nuestra vocación campesina, nuestros padres y nuestros abuelos siempre han votado por el PRI. No podemos fallarles, —argumentó, cual Demóstenes, frente al ágora repleta. —Se los debemos, —masculló, y se alejó iracundo.

Nunca he encontrado las razones del distanciamiento, hasta hoy, de ese gran amigo con el que compartí los primeros años de instrucción escolar. Por supuesto que he tenido y tengo amigos que militan y otros, que han sido funcionarios, o servidores públicos, gracias a su militancia en el tricolor.

Algunos de ellos, muy cercanos con el Poder, me invitaron en innumerables ocasiones a pertenecer o, al menos, a simpatizar con las filas del Revolucionario Institucional, pero mi vocación de inconforme con todos y contra todos me impidió, en más de una ocasión, sucumbir a dichas tentaciones.

Probablemente no me ha hecho ni me hará falta afiliarme a una institución política.

Muchos priistas han renunciado. Por conveniencia, por valores, por vocación, por ser honestos o porque en el vaivén de la política difícilmente puede uno sustraerse a vivir fuera de la nómina, o simplemente, sin la necesidad de la renuncia formal, procede de facto al apoyar o colaborar con una institución política diferente al tricolor.

Como ejemplo tenemos a Diódoro Carrasco, Yunes Linares, Cuauhtémoc Cárdenas, López Obrador, Porfirio Muñoz Ledo, Ángel Aguirre, José Narro, entre las grandes figuras que dejaron la institucionalidad por perseguir sus ambiciones o continuar con sus convicciones.

Lo que atañe a lo anterior es la renuncia, no tan sonada, de Ivonne Ortega, ex – gobernadora de Yucatán, ex – candidata a dirigir los destinos del tricolor, suceso que devino en su dimisión al tricolor, luego del imparable y famélico triunfo de “Alito”. Y por esos resultados, el PRI se encuentra en una debacle que se antoja insalvable luego de las secuelas obtenidas en su pasada contienda interna. Un reino dividido difícilmente sobrevive.

Probablemente los tiempos calmarán las aguas turbias que se antojan a corruptelas al interior del partido de la revolución o estarán dispuestos a renovarse o morir. Si bien es cierto que existen militantes cuya trayectoria es intachable también lo es el hecho de que la cúpula devino en los resultados que los mantiene en el sótano electoral.

En otros asuntos, frente a los detractores de las acciones cometidas durante la marcha que devino en daños al monumento al Ángel de la Independencia, de los destrozos a la estación del metrobús en Insurgentes y otros daños a la imagen e infraestructura urbana, detractores y defensores de la libertad de expresión, de la manifestación y de los derechos de terceros quiero anteponer una postura personal:

Por un lado, no es con ejercicios que demeriten un movimiento legítimo en contra de acciones abominables que culminan con el feminicidio o, por otro lado, la postura de un feminismo a ultranza que busca cambiar la ruta marcada por un machismo inaceptable.

No es con estas posturas insuperables con las que se podrán frenar todos los ultrajes que violentan los derechos más elementales de las mujeres, en su derecho fundamental, que es el derecho a la vida.

Estoy de acuerdo con la causa, pero no con los métodos. Y con ello, atisbo que los derroteros de las luchas de antaño no consiguieron los objetivos trazados en la negociación pueril con las instituciones en turno. Es cierto, como lo es, que la sangre corrió a raudales, que se necesitaron mártires, que la lucha no fue ni lo será sin el sacrificio o dolor de los adalides

Sin embargo, a partir de mi experiencia y a partir de la conseja de los más viejos, puedo asegurar que en cualquier manifestación los ánimos pueden desbordarse; así sea la manifestación más pacífica encabezada por los mártires de la paz: Luther King, Gandhi, Mandela o la madre Teresa de Calcuta. Más aún, si existen esquiroles, infiltrados o intereses para reventar la marcha o manifestación.

La sangre llama a la sangre y no hay santo que lo controle.

Es urgente, por ello, un llamado para construir una cultura de la paz, donde cada uno es responsable de sus acciones, y tiene el deber de erigir las condiciones de diálogo, sin claudicar en la lucha constante y en pro de los legítimos derechos reclamados.

Es necesario e inevitable pugnar por el diálogo y la reconciliación, a menos que obscuros intereses deseen que la ola de violencia encuentre un derrotero incontenible, en la fragilidad de la paz que ansía un respiro ante tantas atrocidades.

Es por la paz, y sin concesiones.

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