¿Democracia sin partidos políticos?
Hace un par de días un candidato a la gubernatura de Baja California, al momento de su registro, hizo la siguiente aseveración: “Todos los partidos, de todos los colores, nos han fallado” (Carlos Atilano, PBC –Partido de Baja California-). Esta afirmación resulta interesante ya que de alguna manera refleja la opinión que sobre los partidos tiene un segmento muy importante de la población mexicana.
En periodos electorales como el que hoy vivimos, arrecian las críticas hacia los partidos políticos, sobre todo por los métodos de selección y los candidatos que postulan. Cada partido político ha decidido la modalidad de selección de sus candidaturas. Desde la encuesta a población abierta o a militantes; la votación de delegados a una convención, el voto abierto a la población en general, etc. Sin embargo, para una buena parte de la ciudadanía, las distintas modalidades de selección solo son una fachada de una designación centralista. No hay democracia al interior de los partidos políticos. Y eso se refleja en los personajes que resultan candidatos: cada vez más aparecen abanderados que nada tienen que ver con la vida política profesional. Se buscan personas supuestamente “apolíticas”, de trayectorias no “contaminadas” por los cargos públicos, no importan sus cualidades. Por ello se recurre a personalidades de la farándula, de los espectáculos o de los deportes. Lo importante es que se manifiesten y contrasten con los “políticos de siempre”. Llegamos así a una especie de culto por lo “ciudadano”.
En efecto, “el ciudadano” encarna todas las virtudes en comparación con el “político” profesional, quien es sinónimo de alguien que es transa, corrupto, “gandalla”. Y al parecer estas percepciones no son exclusivas de los mexicanos; en otras latitudes también se han enquistado en la cultura política. Y no hay distinción: partidos políticos, funcionarios o políticos profesionales son para buena parte de la población sinónimo de lo más negativo de una sociedad.
Pero como se dice: “la mula no era arisca”. En el caso mexicano fueron muchas décadas de corrupción y autoritarismo. El sistema de partido hegemónico y posteriormente, dominante, alejaron a la ciudadanía de la participación informada. Un régimen político antidemocrático que difuminó la figura del ciudadano y limitó la vida política a su pertenencia a las organizaciones. El corporativismo excluyó a la mayoría de la población de la vida pública y la relegó a simulacros de participación electoral.
Los mismos partidos políticos contribuyeron a la mala imagen de la que hoy gozan. Aparte de utilizar métodos antidemocráticos de designación de candidaturas, perdieron su identidad ideológica buscando ganar votos. Dejaron de lado sus raíces y electorado y se deslizaron al centro ideológico. Ahí coincidieron con el resto de partidos. Por eso es muy difícil para la población diferenciarlos. La conclusión es que “todos son lo mismo”.
Para el descrédito de los partidos políticos contribuyeron ellos mismos y sobre todo los medios de comunicación tradicionales que los convirtieron en el blanco perfecto de sus campañas, construyendo la imagen de los ciudadanos buenos que los suplantarían como ideal democrático. Ese discurso ha permeado en buena parte de la sociedad que considera que los partidos son prescindibles y pueden ser sustituidos por ciudadanos “apolíticos”. Por ello, el gravísimo error, autodestructivo, de postular a este tipo de personajes que han interiorizado dicho discurso y se presentan diciendo: “Yo no soy como ellos, soy apartidista, no soy político”. Lo paradójico es que son abanderados de los partidos políticos, aunque su campaña se dirija a desprestigiarlos. Suena a esquizofrenia política.
Loa partidos políticos son imprescindibles en un sistema de representación democrático. Aun cuando existan candidatos independientes, no pueden sustituir a estas instancias de representación sustantiva de la ciudadanía. Cada partido representa a una “parte” de la sociedad y son un vehículo de intereses que en ningún régimen democrático han sido sustituidos. Pese a la fuerte corriente de opinión en contra, toda democracia requiere de partidos políticos y de políticos profesionales. No basta con ser personas bien intencionadas para poder llegar a cargos públicos y enfrentar los graves problemas de toda sociedad. Es necesaria la honestidad, pero es deseable el conocimiento para el diagnóstico de los problemas. Efectivamente, un ciudadano se puede rodear de excelentes asesores, pero se requiere un proyecto político que avale sus buenas intenciones.