“Deponer las armas”
Uno de los fenómenos más visibles en el panorama público mexicano es sin duda el de la creciente polarización política. Esta ha sido posible por el incremento exponencial del uso de las redes sociales. La comunicación horizontal ha tenido un crecimiento vertiginoso con todas sus consecuencias en diferentes ámbitos, uno de ellos el debate nacional.
Incluso la vida privada parece haberlo dejado de ser; hoy todo se ventila en las redes sociales. Por eso, todos los actores sociales y políticos prácticamente van por la vida ya sin caretas. Desnudos en su relación con el resto de la sociedad y con el poder. Anterior a las redes sociales, muchos pasaban desapercibidos para la mayoría de la población. Incluso en el mundo académico era muy difícil ubicar política o ideológicamente a un investigador, pues sus trabajos eran muy poco difundidos y podía manejar una careta de demócrata o progresista, aunque no lo fuera. Hoy es distinto.
Pero, además, el ejercicio cotidiano de quien participa en redes sociales lleva a la radicalización. Resulta muy sencillo caer en esa esa espiral al recibir algún comentario crítico o incluso alguna calumnia. Es fácil que al responder te enganches y que las filias y fobias se pongan por enfrente. Es muy difícil guardar la ecuanimidad frente a las descalificaciones o los argumentos absurdos o falsos. Más difícil para quien pretende ser lo más objetivo posible al analizar los acontecimientos de la coyuntura; rápidamente es clasificado en uno u otro bando por quienes manifiestan posiciones extremas. Es decir, bajo la lógica de que “o estás conmigo o contra mí”, se analizan o descalifican todas las opiniones contrarias a las creencias del juzgador.
Ese clima de polarización extrema se ha trasladado a la tensa situación entre periodistas y medios de comunicación convencionales y el gobierno encabezado por Andrés Manuel López Obrador (AMLO). Nunca habíamos visto tal encono en dicha relación. En mucho se debe que hoy día le pueden decir de todo al presidente. Pero eso sí, clamando que no existe o se encuentra amenazada la “libertad de expresión”.
En los años que vivimos bajo un sistema autoritario; resultaba impensable, y peligrosa, cualquier crítica, así fuera sutil, a la figura presidencial. Los periodistas que osaban hacerlo lo pagaban muy caro. Pero como en este país al parecer en parte de la población no existe memoria histórica, lo que se vive hoy en día parecería que siempre existió. No sólo se critica al presidente y a los funcionarios, sino que se les insulta y amenaza.
En un contexto como el descrito, el estilo personal de gobernar cuenta mucho. Desde luego que el presidente no es una persona que lo atacan y pone la otra mejilla. Ha sido muy enfático al defender su “derecho de réplica” y sostiene que contestará, como lo ha venido haciendo, a todas las críticas que considere carecen de fundamento o tengan por fin difamarlo. Eso no le gusta nada a “su oposición”, sobre toda la que controla a los grandes medios de comunicación. Las respuestas presidenciales han sido utilizadas como prueba de que se pone en riesgo la “libertad de expresión”.
Algunos analistas sensatos han propuesto una tregua entre ambas posiciones. Me parece casi imposible. La oposición mediática tiene como objetivo descarrilar al presidente y a MORENA en las elecciones de 2021 y ganar la revocación de mandato en 2022. Pero aún si el presidente decidiera una tregua unilateral, ¿alguien en su sano juicio cree que el círculo rojo “depondría las armas”? No parecen existir argumentos como para creer que tanto periodistas y medios que se sienten agraviados por AMLO estuvieran dispuestos a guardar las armas. Sobre todo, porque las hipótesis sugieren que el origen del encono es económico.
Entonces, la tregua unilateral tendría que ir acompañada de la restauración de los privilegios y recursos para dichos opinadores. Es posible que estos dos factores sí serían una vía para ir desarmando a los adversarios y enemigos. El problema es que AMLO no parece dispuesto a reeditar la figura del “chayote”. Lo que tendremos entonces será una mayor virulencia del discurso en la discusión pública, que arreciará conforme se acerque el día de la elección. Cuesta mucho un cambio de régimen político sin duda.