Nueva York, Estados Unidos, martes 10 de septiembre de 2024. Septiembre es una etapa del año bastante simbólica para México. No me atrevería a asegurar lo mismo para los mexicanos, quienes, en ocasiones, ni siquiera conocen qué sucesos se conmemoran. Así de lamentable. Así de reprobable. Para muchos mexicanos, septiembre pasa de noche. No así para los exiliados, menos para quienes, dentro o fuera, realmente aman a este gran país llamado México.
Aunque la canción de José Alfredo Jiménez dice: “Diciembre me gustó pa´ que te vayas. Que sea tu cruel ´adiós´, mi Navidad. No quiero comenzar el año nuevo con ese mismo amor, que me hace tanto mal…”, tan irónica es la vida que, hasta la administración pasada, el cambio de gobierno federal se realizaba el 1º de diciembre, cada seis años.
Así que podemos agregar una jornada a la serie de conmemoraciones y festejos “patrios”, puesto que, desde ya, cada sexenio, dicho mes iniciará con la “rendición de cuentas” del mandatario o mandataria saliente. Treinta después, habremos de recibir a un nuevo gobierno, sustituyendo al que finalizará el día 30 del noveno mes. Es decir, el primer día del próximo mes habrá cambio de presidente.
La semana pasada abordamos, de manera somera, algunos aspectos de la ceremonia organizada por el presidente López Obrador, y será a partir de esta entrega cuando vayamos dilucidando su sexto y último informe de gobierno, particularmente desde la narrativa de su discurso.
Como lo he señalado con antelación, es oportuno y muy necesario que en nuestro país se establezcan métodos y estándares muy precisos para la estructuración del Plan Nacional de Desarrollo (PND), es decir, los compromisos y proyectos que desarrollará quien recién inicia su gestión de gobierno el octubre. Ello, como resultado del prácticamente nulo rigor científico con que se realiza el documento, lo cual le permite manejar la información a destajo y complacencia del mandatario en turno.
Una segunda y más delicada consecuencia es que, si el PND no cuenta con un protocolo para su redacción y comprobación, menos lo tienen para la elaboración los informes de gobierno, los cuales tienen como fin último la rendición de cuentas por parte de los distintos entes de la Administración Pública Federal. De tal suerte que, por lo menos los primeros presidentes mexicanos de este siglo nos informaron “como Dios les dio a entender”, romantizando las condiciones e, incluso, falseando información, pero transmitiéndola siempre de una bonita manera. “Decorándola” a tal grado de que sendos discursos llegaron a parecer poesías dedicadas a la política. Contrario a lo que decía Luis Donaldo, se trata de acciones sin “sin rumbo y sin responsabilidad”.
Durante su sexto Informe de Gobierno, AMLO pronunció un mensaje por demás extenso y reiterativo. Eso sí, totalmente inmerso en las líneas discursivas que ha venido manejando desde hace un buen tiempo y que tanto contagian a sus seguidores.
De manera implícita, Andrés Manuel se contradice, pues, mientras por una parte garantiza que ya no existe la corrupción, la pobreza ni los excesos, su conducta nos demuestra todo lo contrario, por lo menos en los resultados que se comprometió a brindarnos. Y, como no pudo o se fue de boca, aplicó su pasatiempo favorito: culpar a los otros, en especial a los que fueron antes que él y que ya no tienen voz para defenderse.
Por todo esto, y mucho más los mexicanos habremos de seguirnos preguntando si realmente septiembre es el mes de la patria o si debemos evolucionar, comenzando por cambiar positivamente nuestra actitud hacia el edén en el que hemos nacido o hemos adoptado como hogar.
*_Post scriptum:_* “No os entreguéis por demasiado a la ira; una ira prolongada engendra odio”, Ovidio.
*El autor es escritor, catedrático, doctor en Derecho Electoral y asociado del Instituto Nacional de Administración Pública (INAP).
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