EL MIEDO LLEGÓ Y HABITÓ ENTRE NOSOTROS…
Benjamín M. Ramírez
Todo indicaba que sería el fin de semana acostumbrado, era la tarde y noche del viernes. Cuando me enteré, por el noticiero que sintonizo de forma cotidiana, el asunto ya era tendencia a nivel internacional y los principales portales de internet y cadenas de noticias estaban dando cuenta de ello, a través de sus transmisiones en vivo.
Tijuana, la frontera más transitada del mundo, ardía.
Eran horas de terror. La ciudad se convulsionaba. Una unidad aquí, otra allá, era incendiada, en sitios céntricos y concurridos. Era la hora de mayor movilidad ciudadana: las maquiladoras terminaban un turno y daban paso al de la noche. El transporte de personal estaba en su apogeo de traslados y muchos ciudadanos se disponían para regresar felizmente a casa.
Las llamas, por las acciones incendiarias de los responsables, alcanzaron a más de una veintena de unidades, algunas de ellas del transporte público, vehículos particulares y de carga. Baja California se sintió desprotegida, indefensa y desamparada, asediada por las llamas.
Agradecemos al Creador el hecho de que no se presentaran víctimas mortales o heridos. Quizá únicamente quedó el miedo y la impotencia en el ciudadano al sentirse solo y desguarecido.
A todos nos pegó por igual.
La ciudad, al paso de las horas y en el transcurrir de los acontecimientos, se quedaba –segundo a segundo– vacía. Eran los primeros embates de un reto al Estado de derecho.
Baja California fue golpeada, sacudida, magullada, aporreada, quedó bajo las garras del terror. De forma oficial no se conoce aún la raíz de las causas que provocaron los violentos hechos frente a una respuesta tardía de las fuerzas del orden y sus superiores. De la condena y recomendaciones fiscales no pasaron.
La confianza se diluía con el paso de las horas. Las tiendas de autoservicio y de conveniencia empezaron a suspender la atención al cliente, bajaron sus cortinas; el transporte público abandonó a los usuarios a su suerte.
La Universidad Autónoma de Baja California, UABC, vació sus aulas, dejando al garete a miles de alumnos porque, minutos antes, los prestadores del transporte público corrieron a resguardar sus unidades al ser el principal objetivo de las acciones incendiarias.
El servicio de transporte por aplicación se fue al tope, algunos usuarios reportaron cifras superiores a los mil pesos cuando lo más excesivo del cobro por el servicio hacia sus domicilios eran los doscientos ochenta pesos.
Oferta y demanda o abuso, iniquidad y perversidad frente a una situación de emergencia ciudadana.
Así, miles de alumnos quedaron frente a las instalaciones universitarias a su suerte, al vaivén de la incertidumbre y la inseguridad. Fue esta situación y la responsabilidad directa que recaería sobre las autoridades universitarias que no pensaron en resguardar la integridad de los alumnos a su cargo lo que llevó a los directivos del campus a improvisar un albergue de forma emergente. La indicación fue clara: no postear nada de los acogidos, ya por la propia seguridad, ya para no dar a conocer la incapacidad de las autoridades universitarias frente a una acción de anarquía social.
De alimentos, agua, alguna colchoneta y servicio de internet pudieron disponer los amparados.
La situación no era mejor para cientos de pasajeros que quedaron a la deriva cuando el servicio público del transporte en la ciudad anunció que suspendería operaciones. La consigna era clara: no arriesgar la operatividad de sus unidades para los días posteriores.
Los rumores en las redes sociales eran constantes, diversas y de máxima alerta: no salgas, empezaría una especie de purga —al igual que el film The purge— durante las próximas doce horas de la noche del viernes y madrugada del sábado. Quédate en casa, era la consigna.
El miedo, la desesperación, la impotencia, la incapacidad y la ineptitud salían a flote: en el ciudadano, se segregaba en el estrés y la transpiración instintiva y, en las autoridades, a través de sus declaraciones.
¿Qué hacer?
Tuve que trasladarme a la Universidad Autónoma de Baja California. No tenía opción. Las avenidas ya estaban casi vacías. El tránsito sobre avenida Universidad rumbo a Tecate era casi un infierno, impasable. Pensé en los cientos de alumnos que tendrían que trasladarse a diversos puntos de la ciudad, de lado a lado, Tecate o Rosarito y en los usuarios del transporte varados en toda la ciudad con los únicos quince pesos para el pasaje de regreso a casa.
Los quince pesos en el bolsillo y la solidaridad ciudadana.
Decenas de ciudadanos se prestaron a compartir su unidad con los que se quedaron varados en los diversos puntos de Tijuana: frente al campo de la UABC, 5 y 10, zona centro, y en los diversos puntos estratégicos de los centros comerciales y lanzaderas. Algunos transportistas que se arriesgaron a seguir trabajando hicieron su agosto. La reacción tardía de las autoridades estatales vía Instituto de Movilidad Social, IMOS, benefició algunos pasajeros varados en la zona centro y fueron llevados, bajo el resguardo de la Guardia Nacional, a sus diversos destinos.
Los conductores nos observábamos fijamente, buscando descubrir en el otro al potencial incendiario, en una ciudad casi inerte, nos desplazábamos con desconfianza. Más de una vez perdí el control de mi vehículo por cada ocasión en la que otro conductor emparejaba su vehículo junto al mío. Nos teníamos desconfianza entre nosotros y el enemigo era otro.
Aún faltaba la vuelta obligada al aeropuerto. Pasaba más de la media noche. La terminal aérea lucía bajo fuerte resguardo de las fuerzas de seguridad, inexpugnable, apostados en puntos estratégicos. El flujo era continúo lo que contrastaba con los días anteriores de mayor afluencia de usuarios y sus familiares.
Conducía en silencio. Quien me acompañaba no atinaba a decir palabra alguna. Estaba sumamente nerviosa. Comprendí. El riesgo era constante y el nerviosismo disminuía al paso de las fuerzas de seguridad que transitaban por las solitarias avenidas.
No salgas de casa.
Debido a las incidencias registradas en la ciudad, decenas de empresas empezaron a comunicar a sus empleados, lo mismo que las maquiladoras a cientos de obreros, que suspenderían operaciones con la finalidad de proteger a integridad y seguridad de sus empleados. Decenas de comercios y tiendas de conveniencias decidieron no abrir sus puertas durante el sábado o a modificar su horario de atención.
Algunas de las acciones incendiaras continuaron hasta la madrugada del domingo en la capital del estado, Mexicali. Las autoridades, en sus diversos niveles, aún no logran ponerse de acuerdo ni atinan al determinar el número exacto de detenidos.
Tijuana, después de los hechos violentos registrados en Ciudad Juárez, Chihuahua, Guanajuato y Guadalajara, es tendencia a nivel internacional: terrorismo en México.
Que no se vuelva a repetir, se indicó, por la mañana, desde Palacio Nacional; se repitió por la tarde del viernes.
Que los diputados pospongan el proponer leyes para impulsar la Oratoria o el respeto del Sabbath, y que atiendan lo que es urgente, se trata de un mandato Constitucional el garantizar la paz y el orden públicos y resguardar la integridad y la vida de los ciudadanos y sus posesiones.
Ya es hora de tomar en serio un auténtico Estado de Derecho. No merecemos menos. No queremos más.
Mi agradecimiento a quienes respetaron la vida y la integridad de cada ciudadano. Mis respetos a quienes arriesgaron su vida y su integridad en su tarea de brindar seguridad y protegernos.
Nosotros venceremos.
Algún día caminaremos como el león junto al cordero. Y entonces habrá paz, en un mundo posible.
No perdamos la esperanza, es lo único que quedó en la caja de Pandora.
No cortemos a Baja California, brazo poderoso.
Gracias a los amigos que generosamente preguntaron si estábamos bien. Sí, estamos bien. Que todos estemos bien.
Feliz regreso a clases.