SIN TREGUA
Hemos llegado a la recta final del proceso electoral en medio de un fuerte proceso de polarización ideológica y política. Es una situación inédita debido a la coyuntura y al escenario en el que tiene lugar. Efectivamente, varios factores nos ayudan a explicar este fenómeno que, desde mi punto de vista, continuará más allá de las elecciones intermedias y locales.
No sólo hay una fuerte disputa por lo que está en juego en este proceso electoral: la renovación de la Cámara de Diputados y cargos locales en las 32 entidades del país, sino porque la oposición se juega en mucho la posibilidad de recuperar la presidencia de la República en 2024 y, por otro lado, MORENA y el presidente, la continuidad del proyecto de la 4T y la posibilidad de lograr cambios que le den cimiento a un largo periodo de gobiernos socialdemócratas, como el que hoy abandera Andrés Manuel López Obrador (AMLO).
Considero que el hecho de que en 2018 haya triunfado AMLO y su proyecto, distinto al que se venía impulsando desde principios de los años ochenta, explica el nivel alcanzado por la polarización ideológica y política. Nunca se habían llevado a cabo unas elecciones con un presidente que no fuera del PRI o del PAN. Por primera ocasión, un presidente de izquierda (y no es el momento para discutir el término) encabeza el gobierno de la República y las consecuencias son el encono y la frustración con las que las oposiciones enfrentan las elecciones de medio término y las que tienen lugar en todas las entidades.
No hubo por parte de las oposiciones ninguna tregua al nuevo gobierno surgido de la mayor afluencia de votantes en nuestra historia por un candidato presidencial. Desde antes de la toma de posesión inició una guerra despiadada a través de redes sociales y de la mayoría de los medios tradicionales de comunicación que controlan o en los que sus voceros son editorialistas. La guerra sucia y el “nado sincronizado” diariamente. Uno de sus promotores y guías ideológicos, Héctor Aguilar Camín, en un video que se filtró con miembros de su generación de preparatoria, luego de denostar a AMLO, describió la estrategia con claridad: “utilizar todos los medios posibles para desprestigiar al proyecto de la 4T e ir sumando a esos ciudadanos que no leen, son incultos y se creen nuestra narrativa”. El objetivo eran las elecciones intermedias y locales de 20021 como preámbulo a la gran elección de 2024 para “recuperar lo que nos quitaron”.
Por el otro lado, el estilo personal de AMLO y su constante diálogo a través de las conferencias mañaneras, dejó en claro que respondería a cada una de las acusaciones, señalamientos, difamaciones de las oposiciones. Siempre bajo la premisa de que “ejerce su derecho de réplica”. Eso encolerizó a sus adversarios y enemigos: esperaban que aguantara, se quedara callado y pusiera “la otra mejilla”. No es parte del carácter del presidente no responder; sí informar y cuestionar a su manera a quienes hoy se dicen víctimas y alegan que “el responsable de la polarización es AMLO”.
Considero que una vez terminado el proceso electoral y se obtengan los resultados que sean, la ofensiva de las oposiciones no disminuirá de intensidad. Sobre todo, si los resultados de su estrategia se traducen en votos positivos para su causa. La siguiente parada es la consulta popular para juzgar a los expresidentes, la consulta de la revocación de mandato en 2022 y la madre de todas las elecciones en 2024 para renovar la presidencia de la República. No hay pacto o tregua que valga. Hay quienes piensan que si el presidente declarara una tregua unilateral y llamara a hacer lo mismo a sus seguidores, bajaría de intensidad la disputa ideológica. No lo creo. Sería asumido por las oposiciones como un síntoma de debilidad y radicalizarían sus ataques para “terminar de una vez con el proyecto de AMLO y la 4T”.
He insistido que lo que se requiere es un Pacto de todas las fuerzas políticas del país para una transformación del régimen político obsoleto. Dejar a un lado las diferencias y trabajar sobre las coincidencias que beneficien a las mayorías del país. Ese ha sido el secreto de las transiciones exitosas. En México no hubo acuerdos de cambio. El pacto por México de 2012 fue un acuerdo de las élites para beneficiar sus intereses. Desgraciadamente no veo ese horizonte transformador en ninguno de los actores sociales y políticos del país. Es la única vía para terminar con esta espiral de violencia ideológica y política que hoy padecemos.