Recién iniciaba mis peripecias en el periodismo. Sin experiencia, novato e inocente me juntaba con los más osados y experimentados de la lente y la reporteada.
A unos les pedía recomendaciones sobre el cómo mejorar mi trabajo periodístico y así, en el candor de mi petición, me respondían con todo el coraje del que fueran capaces: a mí nadie me enseñó. No pude aspirar a más. Mi primera nota fue sepultada en la página 17.
Es difícil que alguien te lea en páginas interiores. Los que sobresalen son las noticias que aparecen en primera plana, a ocho columnas.
Parte de mi aprendizaje fue el salario: pago por cada nota publicada. Rara vez logré que me publicaran las cuatro notas diarias obligatorias. Fui aprendiendo poco a poco, a golpe de flash y con un salario raquítico y sin prestaciones salariales ni seguridad social. Trabajas al día, con el Jesús en la boca, rogándole al cielo para que algo “fuerte” sucediera y estar ahí para atestiguarlo y tomar nota.
Entonces usted comprenderá que cuando un periodista retoma un reclamo social está abogando por sí mismo. Aclaro que esto no aplica para todos los integrantes de la prensa o que incluya a todos los medios. Pero sí a la mayoría. En mis principios uno tenía que trasladarse por sus propios medios o ir colgados, literalmente, de alguna patrulla o vehículo oficial.
Había que estar antes para la foto o para las primeras declaraciones. Torear a la muerte, arriesgando vida e integridad, era un modo de vida.
Hasta que pedí mi cambio. El director se mostró magnánimo. —Estás pagando para trabajar, me dijo. Te presentas a la sede de corresponsales. Tomaba el cambio para seguir igual. Sólo mudé de sede. Ya todas las “fuentes” noticiosas estaban cubiertas y, en el celo profesional, no podías invadir. Incluso la fotografía debía ser diferente: ni el mismo ángulo ni la misma pose.
Es en ese inter en el que aprendí a que no se debía incomodar a los funcionarios públicos, incluyendo a los de menor rango. Ellos tenían una especie de “jefe o coordinador de medios”. Se llegaba a un acuerdo entre la “flota” de reporteros sobre lo que el funcionario quería anunciar y se repartían las preguntas “a modo” que se tenían que hacer. En caso contrario ya no se te invitaba a un evento posterior o se te negaban las “filtraciones” oficiales.
Sólo los más veteranos ostentaban “manga ancha” y no tenían la obligación de ajustarse al “libreto comunicacional”. Ellos conocían de sobra a los funcionarios, salvo a los de más alto nivel, porque hasta en eso se deben respetar las jerarquías.
Algún desliz, una parranda, una infidelidad, malos manejos de la hacienda pública: de algún modo, se sentían presionados, o se tenían “otros datos” sobre el funcionario. Y así, sólo así, las autoridades en el arte reporteril podían ser llamadas a la entrevista “exclusiva” y en privado. Y de ahí salían contentos.
«—Son valores entendidos”, me decía más de uno. La información es poder.
Cotejar y corroborar datos para que no te “novatearan” eran el pan de cada día. Más de uno te podía acercar alguna “primicia” para azuzar a la prensa contra determinado funcionario o para preparar el terreno. El periodista era utilizado para fines personales y tomaba parte de las ambiciones de algún político advenedizo.
Usar o dirigir a la prensa es el arte del poder. —Tengo este dato, investiga. Métele un “calambre”, tiene que “aflojar” de algún modo. Se tenía que ir con manos de aguja, con zapatos de plomo. A veces, por intrepidez o idiotez sucumbía en la trampa. O le entrabas a la negociación.
En muchas ocasiones, decenas de personas desfilaron por la casa. Lo más sorprendente fue el numeroso grupo de pobladores de un municipio vecino. Querían destituir a su alcalde, tomarían el palacio y realizarían un bloqueo a las vías de comunicación. Era de madrugada. A mis invitados no pude convidarles un café caliente. No era descortesía, fue la incapacidad operativa para atender a todos. Más de un vecino se levantó asustado.
Gajes del oficio.
Entre los funcionarios de alto nivel, —alcaldes de los cabildos más grandes, el gobernador o secretario de estado—, era otra la dinámica de acercamiento. Con la insolencia propia de quien ostenta y detenta el poder o parte del poder se creen la revelación divina del momento. Ahí, el jefe de prensa era el intermediario. Empleaba a los más veteranos, esos que ya habían sido curtidos por años en las giras de las grandes ligas.
«—Ya saben las indicaciones. Nada de fotos ni preguntas una vez que el gobernador tome asiento en la mesa para comer. O te ajustabas a las indicaciones no escritas pero exigidas o te excluían de cualquier evento. Los más osados, de esos que tenían información privilegiada, incómodos, para el quehacer político del funcionario en cuestión, se les dejaba afuera del evento.
O simplemente se les impedía formular sus preguntas con la facilidad que brinda el oficio. Un codazo en la boca del estómago o en las costillas te dejaba fuera de la jugaba. Bastaba una minúscula indicación con un parpadeo, un ademán o una seña para que cualquier “oreja” del CISEN o del Estado Mayor, del Ejército Mexicano o de los integrantes de la policía ministerial encargados de la seguridad del funcionario, para evitar preguntas incómodas.
Era obvio que todos los funcionarios conocían a los periodistas y el impacto o alcance de los medios. Y también que traían a sus propios corresponsales a modo, de esos que sólo repiten el boletín de prensa. Era muy cómodo. No te metes en problemas y quizá en navidad podrías abrir la puerta y encontrar un regalo sorpresa.
Los periodistas que cubrían la fuente de la presidencia o de las secretarías de Estado o gobernador en turno tenían esa “ventaja” el de ser los primeros y más consentidos para ser atendidos en sus interrogantes. La prensa local rara vez era tomada en cuenta.
Cuestión de jerarquía.
Quizá todo lo descrito antes se perdió con la actual administración federal. Lo anterior y el impacto de los medios y la mayor presencia de los sitios electrónicos con quehacer periodísticos, les resta autoridad e impacto a quienes cubren las mañaneras y desmadrugadoras conferencias de prensa del actual presidente de la República. Aparte de que la publicidad oficial tiene que pasar por diferentes filtros o la afanosa tarea del portal de Transparencia, del INAI, que no a todos responde y exige por igual.
Ya son otros tiempos. Aparte de que incomodar al titular del Ejecutivo Federal es muy fácil. Es muy predecible, si no pueril, sin el arte de la política maquiavélica, en el arte de mentir.
Así que no incomoden al presidente.
Con un hipotético golpe de estado debemos prepararnos ante los siguientes métodos de tortura. Empleados incluso hasta por policías municipales a lo largo de la historia democrática de México. Confiesas porque confiesas o firmas incluso siendo inocente: la parrilla (cama electrificada); el submarino: un tambo (tonel) lleno de agua, aguas negras, o excremento; Pau de Arara, la picana, asfixia, el teléfono (violentas palmadas aplicadas en los oídos), golpes con bolsas de arena, quemaduras con cigarrillos, violación tumultuaria, ejecución extrajudicial y multitudinaria.
Debemos tomar la advertencia con seriedad. Ya la historia de las dictaduras militares en Latinoamérica nos ha brindado una lección que no podemos olvidar. Supongo que la idea hipotética de un golpe de Estado siempre es latente.
Pero lo que más preocupa actualmente es el golpe de agua que les ha llegado a diversas comunidades en Veracruz. Entonces, el gobernador debe preocuparse más por gobernar, en toda la extensión del término. Dejar de bailar como catrín y asumir el rol que en su hartazgo la población le confiriera.
Pésimo: la primera obra y acción de gobierno del ingeniero Bonilla en Baja California. Tal parece que camina a oscuras en su ruta de la gobernanza sin operadores políticos que le puedan allanar el camino. A estos pseudo manifestantes se les puede ubicar, inhibir, encapsular y sacar para no oscurecer sus eventos oficiales planeados con anticipación.
Deuda: se les debe de garantizar un salario a los heroicos bomberos que arriesgan su vida en el día a día atendiendo los siniestros de la región.