El pronunciamiento del ministro de justicia Arturo Zaldívar, @ArturoZaldivarL, expresado en días pasados: “Mientras no proporcionemos una defensa de calidad a los olvidados, a los indígenas, a las mujeres, a los más desprotegidos, estaremos en deuda con el pueblo de México que está cansado de injusticia, de pobreza, de corrupción y de desigualdad. Ese es nuestro compromiso”; hace que me enfrente a dos panoramas, a dos vertientes, a dos perspectivas. Las dos igualmente atroces, equívocas, irónicas, lacónicas y fuera de sitio.
O el ministro ha despertado de un sueño lánguido y pérfido o vive fuera de una realidad sucinta que le impide ver la realidad de un México que muy bien ha descrito Guillermo Bonfil Batalla en su libro México profundo: una civilización negada, hace ya muchos años.
O probablemente ha medido, con sumo cuidado, la inconformidad de quienes han exigido la renuncia o desaparición, no sólo de jueces corruptos, sino de todo el aparato de justicia que aglutina el Poder Judicial en sus diferentes nomenclaturas.
Si el pronunciamiento es inédito, porque nunca el Poder Judicial de la Federación se había pronunciado por la justicia, —no en ese tono y menos en la búsqueda de la justicia—, los del palacio de justicia tienen mucho trabajo en el futuro inmediato, sin dilaciones, línea, favorecimiento o compadrazgo. Porque en caso contrario, el pueblo irá a la corte de los milagros en donde el mayor crimen es el de ser declarado inocente.
¿A favor de los pobres? ¿Los desprotegidos? ¿Los necesitados? ¿Justicia? Suena como canto de sirena. ¿Cuántos pobres, campesinos, indígenas, obreros, madres solteras, han sido vejados en los tribunales y, los jueces, han sido indolentes ante la causa del justo?
¿Cuántos han sido condenados por no poder conseguir una buena defensa? ¿Cuántos defensores de oficio, supino, están atiborrados de trabajo y no pueden garantizar una tutela que garantice los derechos más elementales de quienes defienden? Los defensores de oficio sucumben ante tanto trabajo mal pagado y terminan por relegar los legítimos intereses, culpables o no, de sus representados.
Existen miles de historias de quienes, ante la falta de recursos económicos, quedan tras las rejas al enfrentarse a sus querellantes que, dinero de por medio, inclinan la balanza de una justicia que es ciega ante la inmensa ola de corruptelas.
Pobreza, desigualdad, corrupción: que bueno que el palacio de justicia ha despertado del letargo atroz e inhumano en una patria que reclama por jueces que transpiren rectitud como Daniel con Susana: “Envejecido en la maldad, ahora vas a pagar los crímenes de tu vida pasada. Tú dictabas sentencias injustas, condenabas a los inocentes y absolvías a los culpables, cuando el Señor ha dicho: «—No harás morir al inocente justo».” (Cfr. Daniel 13, 53-54).
En otro tema, es muy probable que los maestros no arranquen las clases según la programación escolar que fija el inicio del ciclo escolar para este 26 de agosto, violando así, Estado, docentes y padres de familia, el bien superior de la niñez, consagrado y defendido en los tribunales.
Una docente manifiesta que ha logrado, como pago, un bono de verano por la inmensa cantidad de $22.02 pesos, el único pago recibido por más de un año de trabajo frente a grupo. Mientras la administración de Kiko Vega vocifera a los cuatro vientos que a los docentes no se les adeuda ni el aire que respiran.
Lo cierto es que miles de niños no regresarán a clases, violando el derecho a la educación y con ella un símil de derechos y agrediendo de sumo, el bien superior de la niñez; siendo responsables, la administración estatal, los líderes sindicales y los padres de familia.
El primer respondiente, Kiko Vega, por no transparentar la dispersión de recursos y culpar a la federación de no entregar los capitales que le corresponden a Baja California. La verdad es que, a pocos días de que concluya el mandado donde “La gente manda”, no existe una confianza diáfana, clara y certera de que la actual administración haya realizado una buena administración de las arcas públicas. Y los adeudos, generan sospechas, despiertan desconfianzas y atizan la inconformidad de propios y extraños.
Los segundos responsables, el sindicalismo, que con un actuar displicente, dejó correr el mal que aqueja a los profesores interinos pertenecientes a las bases del SNTE, y los abandonó a su suerte durante muchos meses, a tal grado que muchos docentes tienen más del año sin cobrar.
En un grado de responsabilidad mayor se encuentran los padres de familia que exigen a los profesores iniciar el curso correspondiente sin involucrarse en la lucha de los mentores de sus hijos ya que nadie trabaja gratis. A una gran mayoría de padres de familia les preocupa que se suspendan las clases porque toman las aulas como guarderías.
Docentes afectados y padres de familia deben alzar la voz en contra de la afectación a uno de los derechos humanos violentados por el paro de labores magisteriales, el derecho a la educación y el bien superior de la niñez.
Hoy, más que nunca, los maestros en Baja California deben elegir entre una continuidad con retorno a las tropelías que cometen en contra de ellos, sindicato y autoridades estatales, o pugnar para generar la simiente de un cambio que no será fortuito de ningún modo o bajo circunstancias gratuitas y generadas al azar.
Es la fuerza que nace del encono y del coraje al ver pisoteados sus sagrados derechos humanos más elementales: sin salario, se violentan el derecho a la alimentación, a la salud, a la diversión, al sano desarrollo psicoemocional, al trabajo, al trato digno, el derecho a la seguridad jurídica, a la igualdad y el más sagrado de todo, el derecho a la vida.
Ignoro porque la Comisión Estatal de Derechos Humanos no se ha pronunciado o ha emitido una recomendación en contra de la agonizante administración de Kiko Vega por la violación ejercida en contra de miles de trabajadores interinos a quienes se les priva de sus derechos humanos garantizados por los tratados internacionales, por la Carta Magna y por el sentido común de que nadie trabaja gratis.
Los docentes en Baja California están obligado a sembrar un cambio, a luchar para erradicar vicios anclados a la comodidad de la base, del acuerdo en lo oscurito, a la falta de transparencia, al favorecimiento de los amigos; en suma, a evitar el dejar, como legado, una estela de corruptelas en un sindicalismo que se ufana de tener controlada a las bases y de generar ad perpetuam, el síndrome de Estocolmo.
Ya es hora de que el docente deje de ser rehén de un partido, de un grupo, de las políticas públicas que no favorecen a un ambiente de aprendizaje, de una Nueva Escuela obtenida como ocurrencia del sexenio.
Es hora de que el profesor se adhiera a su raíz etimológica, el de ser profeta…
Porque hoy todavía reclama: «— ¡Pégame aunque no me pagues!