¡DEJAR A VENEZUELA SER VENEZUELA!
Sucedió en Somalia, en Ruanda, en los Balcanes, en cualquier lugar del planeta donde los intereses del imperialismo no son tan redituables: abandonados a su suerte con un resultado de crímenes atroces, de hambre y miseria. El infortunio para estos pueblos fue la pobreza.
No sucede lo mismo en donde las utilidades del capitalismo son tan avizoradas: llega el imperio y se queda con las riquezas de los pueblos que afrontan la desgracia de ser pieza codiciada por las divisas de color verde.
El imperio siempre acusa a los pueblos con riquezas en su subsuelo de sufrir una dictadura, de brindar apoyo a los grupos terroristas, de constituir una amenaza para “América”, muy “ad hoc” con la doctrina Monroe: “América para los americanos”. Ahí subyace la desgracia para Venezuela.
No ha sido, desde mi opinión, las administraciones de Hugo Chávez o Nicolás Maduro —y con ellos—, el hambre, el desabasto, la migración, la hiperinflación lo que ha provocado la situación de inestabilidad en el país de Bolívar, “El Libertador” sino el bloqueo permanente que mantiene, desde hace muchos ayeres el gobierno norteamericano sobre el territorio de Venezuela.
Las experiencias sufridas por Latinoamérica dictan el discurso histórico de los tiempos actuales: Chile, Argentina, Uruguay, Paraguay, Nicaragua, Salvador, Brasil, El Caribe —Cuba, República Dominicana—, entre otros, constituyen la memoria inolvidable de lo que es capaz de llevar a cabo el Tío Sam.
A Norteamérica, y sus intereses imperialistas, no le importan si son democracias incipientes o dictaduras inhumanas y sanguinarias: si sus peculios son amenazados, seguro darán pie a una intervención armada, se presentan como adalid de la libertad, cuando en verdad son lobos rapaces disfrazados de ovejas.
Es por lo anterior que el papel preponderante del gobierno federal en política exterior deberá ser la de conciliar a las partes. Tal como lo hiciera en 1994, con el pueblo salvadoreño.
Muchas son las voces que exigen una pronunciación más osada pasando por alto la doctrina Estrada que matiza la vocación histórica de nuestra nación, con su apuesta por la paz, a la no intervención y a la libre autodeterminación de los pueblos.
Quienes hoy reconocen a un gobierno “legítimo” en Venezuela jamás se pronunciaron cuando en 2006 el actual presidente Andrés Manuel López Obrador se autoproclamó, y por derecho, presidente legítimo porque sólo en Venezuela ocurren los fraudes.
Quienes hoy exigen a la actual administración federal pronunciarse a favor de un usurpador fueron los que antaño se mofaron de un “loco” que —con base en el fraude y la campaña de miedo — le arrebataron el triunfo. Fue por ello que jamás quisieron ceder al grito de batalla: “Voto por voto”, “Casilla por casilla”.
Si bien es cierto que el Estado mexicano debe ponderar por ejercer un liderazgo regional y ello no será violentando la vocación en la no injerencia en materia de política exterior y sobre todo, a la libre autodeterminación de los pueblos. México cuenta con sus propios problemas domésticos que deberá resolver y de manera urgente.
La cifra de personas fallecidas durante la “tiranía” de Chávez y Maduro no rebasa a la cifra de su contraparte en los dos periodos de gobierno de Acción Nacional y la de Enrique Peña Nieto.
Los muertos en Venezuela fueron víctimas de la represión, de la opresión, del hambre, de la falta de empleo, de la migración y el bloqueo imperialista. Los muertos en México, —los que mueren en México—, mueren porque sí.
Se muere víctima de una bala disparada por un delincuente que conoce a pie juntilla los vacíos legales, la corrupción en el sistema de justicia, de autoridades judiciales —que lejos de cambiar de dirección— buscan proteger su status quo, cuidar su legaloide peculio.
Sí. En México se puede morir por cualquier cosa porque hemos sido gobernados a “mansalva” por gobiernos que cobijaron —y en abundancia—, la corrupción, la tranza, el moche, la injusticia, la pobreza —como programa privilegiado de gobierno—, como en la antigua Roma, con pan y circo.
Reconocer a un usurpador en Venezuela sería irnos de bruces en el panorama internacional violentando con ello la histórica vocación, negociadora y de diálogo con las contrapartes; estaríamos mandando un mensaje al exterior para afirmar que “aquí no pasa nada”; seríamos, como lo afirma la sabia conseja popular: “candil de la calle y obscuridad de la casa”, “un ciego guiando a otro ciego”.
Es por ello que los venezolanos deben resolver sus problemas en Venezuela y con Venezuela. Sin la injerencia rapaz de las grandes potencias que —al igual que los buitres— esperan que la víctima empiece a entrar en estado de putrefacción para abalanzarse sobre el cadáver.
Al igual que en las caricaturas del Pato Donald: Donald va a la tribu salvaje, la explota y se apropia de las riquezas del pueblo sometido y se va; dejando con el saqueo, detrás de sus obras de caridad, destrucción y pobreza, ignorancia y muerte: los “naturales” están obligados a estar eternamente agradecidos. Así lo afirman Ariel Dorfman y Matterlart en su obra “Para leer al Pato Donald”.
Los que piden democracia para Venezuela, en México —durante varios sexenios— la mantuvieron secuestrada bajo un cariz de libertad, autodeterminación y legalidad. Los más de 42 mil desaparecidos, los más de 230 mil muertos, me autorizan la afirmación.
Concluyo aplaudiendo la iniciativa del fomento a la lectura impulsada por Beatriz Gutiérrez Müller quien —en acto protocolario— ha exaltado el valor histórico de la lectura.
Aplaudo y secundo la moción porque un pueblo instruido es un pueblo libre, un pueblo que imagina y cuenta con alas para volar, capaz para hacerle frente a sus miedos y combatir contra sí mismo.
Un pueblo que lee está capacitado para construir y a de-construir su camino, su historia, un nuevo derrotero, un nuevo principio, con un final lleno de esperanza.